Fluir: una psicología de la felicidad (I)


La forma y el contenido de la vida dependen de cómo utilicemos la atención... La atención puede emplearse de innumerables maneras, y estas maneras pueden conseguir que la vida se disfrute o se sufra...
La atención es como la energía sin la cual no podemos trabajar en nada y que mientras trabajamos se disipa. Somos capaces de crearnos a nosotros mismos según como invirtamos esa energía.

Tras una experiencia de flujo, la organización de la personalidad es más compleja de lo que había sido antes. Y como llega a ser cada vez más compleja, podría decirse que la personalidad crece. La complejidad es el resultado de dos procesos psicológicos: la diferenciación y la integración. La diferenciación implica un movimiento hacia la originalidad, hacia separarse de los demás. La integración se refiere a lo opuesto: a la unión con otras personas, con ideas y entidades más allá de la personalidad...

Cuando optamos por una meta y nos involucramos en ella llegando a los límites de nuestra concentración, cualquier cosa que hagamos será agradable. Y una vez que hayamos probado este goce, doblaremos nuestros esfuerzos para probarlo de nuevo. De esta manera crece la personalidad.

Las experiencias que dan placer pueden dar también disfrute, pero las dos sensaciones son bastante diferentes. Por ejemplo, todos sentimos placer al comer. Pero disfrutar del alimento, sin embargo, es más difícil. Un gourmet disfruta comiendo, como lo haría cualquiera que ponga la atención suficiente en una comida como para discriminar las diversas sensaciones que nos produce. Como este ejemplo sugiere, podemos experimentar placer sin invertir en ello energía psíquica, considerando que el disfrute sucede únicamente como resultado de una atención poco usual.

La mística de la escalada es subir; consigues llegar a la cima contento de haberlo logrado, pero realmente tu deseo es que la ascensión hubiese durado para siempre. La justificación de la escalada es la propia escalada, como la justificación de la poesía se halla en la propia escritura; no conquistas nada excepto a ti mismo...

La razón que justifica una involucración tan completa en una experiencia de flujo es que, normalmente, las metas están claras y la retroalimentación es inmediata. Un jugador de tenis siempre sabe qué hacer: devolver la pelota a la cancha del adversario. Y cada vez que golpea la pelota sabe si lo ha hecho bien o no... Algunas personas tienen personalidades frágiles y necesitan constantemente de retroalimentación, para ellos la única información que cuenta es ganar en una situación competitiva...

He aquí como expresa una bailarina esta dimensión de la experiencia de flujo: “Me siento calmada y muy relajada. No tengo la preocupación del fracaso. ¡Qué sentimiento más poderoso y cálido! Quiero expresarme, abrazar al mundo. Siento un poder enorme para mostrar con mi baile la gracia y la belleza”...

Cuando una persona invierte toda su energía psíquica en una interacción -bien sea con otra persona, con un barco, una montaña o un fragmento musical-, llega a ser parte de un sistema de acción mayor que la personalidad individual que había sido antes... y la personalidad que forma parte de él expande sus fronteras y se convierte en algo más complejo de lo que había sido...

Aunque parece que perder la cuenta del reloj no es uno de los elementos principales del disfrute, la liberación de la tiranía del tiempo se añade a la euforia que sentimos mientras nos encontramos en un estado de completa involucración con lo que hacemos.

Dar clases a los niños para convertirlos en buenos ciudadanos no es autotélico, mientras que darles clase porque uno se divierte al interactuar con ello sí que lo es. Lo que ocurre en ambas situaciones es básicamente lo mismo; lo que las diferencia es que, cuando la experiencia es autotélica, la persona está prestando atención a la actividad por sí misma, y cuando no es así, la atención se centra en las consecuencias.

La mayoría de actividades de disfrute no son naturales, requieren de un esfuerzo inicial que nos cuesta realizar. Pero una vez que la interacción comienza a ofrecer retroalimentación a las habilidades de la persona, empieza a ser intrínsecamente gratificante.

Una experiencia autotélica es muy distinta de los sentimientos que tenemos normalmente durante nuestra vida. Muchas cosas que hacemos de forma ordinaria no tienen valor en sí mismas, sólo las hacemos porque tenemos que hacerlas o porque esperamos algún beneficio futuro de ellas. Muchas personas sienten que el tiempo que pasan en su trabajo está, esencialmente, malgastado; no están integradas en él y la energía psíquica que invierten en ello no sirve para fortalecer su personalidad. Algunas personas también creen que el tiempo libre se malgasta. El ocio nos ofrece un respiro del trabajo, aunque generalmente consiste en absorber información pasivamente sin emplear ninguna habilidad ni explorar nuevas oportunidades para actuar. Como resultado la vida pasa en una secuencia de experiencias ansiosas o aburridas sobre las cuales la persona no tiene ningún control.
La experiencia autotélica, o flujo, eleva el transcurso de la vida a otro nivel. La alienación da paso a la involucración, el disfrute reemplaza al aburrimiento, la impotencia da paso al sentimiento de control y la energía psíquica trabaja para reforzar la personalidad en lugar de perderse al servicio de unas metas extrínsecas. Cuando la experiencia es intrínsecamente gratificante la vida está justificada en su presente, en vez de ser el rehén de un hipotético beneficio futuro.

Mihaly Csikszentmihalyi
Fluir: una psioclogía de la felicidad (1990).


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