El viaje a la felicidad (I)


El solo hecho de reconocer físicamente las emociones que acompañan el estado emocional ya posee cierto valor terapéutico. El miedo, por ejemplo, suele ir acompañado de una sensación de ardor en el estómago y de rigidez en los músculos; la rabia, en cambio, se caracteriza por un subidón de energía agresiva y una temperatura corporal más elevada. Cuando un individuo es consciente del tipo de emoción que experimenta, sus lóbulos prefrontales pueden moderar su respuesta emocional. Es más importante concentrarse en los cambios fisiológicos que acaecen que ensimismarse en los pensamientos que los han desencadenado.

... el llamado cociente digital —el dedo índice tiende a ser menor en los varones que el anular, mientras que tiende a la igualdad en las mujeres— es el resultado de una diferencia claramente
biológica entre los dos sexos, derivada de los flujos hormonales dispares durante el período fetal. De hecho, la diferencia en el cociente digital es visible a la temprana edad de dos años, mucho antes de que hayan podido intervenir los factores culturales o ambientales.

La constatación de lo que biólogos como Lynn Margulis, profesora de la Universidad de Massachusetts, calificaron de endosimbiosis, la llevó a postular que en la historia de la evolución ha imperado más la colaboración entre las especies que la competencia despiadada por la supervivencia.

¿Qué interés tiene comprender la endosimbiosis para definir el marco exterior de la felicidad? La propia Lynn Margulis contesta brillantemente a esta pregunta: «A menudo nos olvidamos de hasta qué punto la vida en la Tierra es interdependiente... La moraleja de la historia de la evolución es que sólo a través de la conservación de las especies, de la interacción o la creación de redes, y no a través de la subyugación, podremos evitar un fin prematuro de nuestra especie».
Un organismo que sólo piensa en función de su supervivencia destruirá, invariablemente, su medio ambiente y, por consiguiente, como se puede comprobar actualmente, se destruirá a sí mismo.

El modelo educativo imperante consiste en encerrar en un espacio reducido a un grupo de niños de la misma edad, para que desarrollen exactamente las mismas aptitudes: treinta niños escuchando a un maestro sentando cátedra sobre lo que él sabe, más que sobre lo que a ellos les puede interesar y necesitan aprender para situarse más tarde en la vida. Se trata de amoldarlos a un modelo concreto; no de una convivencia entre una variedad de personas de edades y aptitudes variadas, desarrollando caminos personales y colaborando entre sí para ayudarse mutuamente y como grupo. Los avances realizados en la digitalización de los bancos de datos y conocimientos permitirán, con el tiempo, individualizar la oferta educativa, en lugar de digitalizar lo obsoleto, como ocurre en la mayoría de centros educativos.

... la genética se impone a las dietas en un porcentaje abrumador, y a la felicidad en un cincuenta por ciento, aproximadamente. Lo sorprendente de este último caso no es tanto el condicionamiento genético, como el hecho asombroso de que su incidencia sólo sea la mitad, es decir, mucho menos determinante que en el caso de la estatura o el peso.

¿En qué quedamos? ¿La historia de la evolución muestra la evidencia de una trama cooperativa entre sus agentes, o un impulso declarado de competitividad que nutre la selección natural? La respuesta es menos compleja de lo que aparenta. Los dos principios están presentes en la historia de la evolución, el primero referido, fundamentalmente, a los organismos, y el segundo a las especies.

Muchos trabajos no sólo han perdido su creatividad de antaño y se desarrollan en espacios nada seductores, llenos de gente tóxica que contamina el ambiente con su incapacidad para trabajar en equipo o con sus psicopatías, sino que prevalece una creciente sensación de impotencia para incidir en el perfil del producto, la empresa, la sociedad o lo que ocurre en el resto del mundo. Se han desdeñado de manera escalofriante las consecuencias de no poder ejercer el instinto primario de competición, que se remonta a los tiempos primordiales de la especie. Entre estas consecuencias figura, por supuesto, la derivación casi exclusiva del espíritu de competitividad hacia otros teatros ajenos, como los deportes colectivos.

Eduardo Punset
El viaje a la felicidad. Las nuevas claves científicas (2005)


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