La felicidad según Henry David Thoreau
A
veces, en una mañana de verano, habiendo tomado mi acostumbrado
baño, me sentaba en mi soleado umbral, desde que salía el
sol hasta el mediodía, transportado a un sueño en medio de los
pinos y nogales americanos y zumaques, en soledad y tranquilidad no
alteradas, mientras las aves cantaban alrededor o revoloteaban sin
ruido a través de la casa, hasta que recordaba la marcha del tiempo
por el sol que daba sobre mi ventana occidental, o el ruido del carro
de algún viajero en la distante carretera. En esos lapsos, yo crecía
como el maíz en la noche y eran mucho mejores que cualquier obra
manual. No eran tiempos sustraídos de mi vida, sino ratos muy
superiores a los que me permitía corrientemente. Comprendí lo que
los orientales entienden por contemplación y abandono del trabajo.
En su mayor parte no me daba cuenta de que pasaban las horas. El día
avanzaba como para alumbrar alguna tarea mía; era la mañana, y he
aquí que ahora es el atardecer y nada memorable he hecho. En lugar
de cantar como las aves, sonreía silenciosamente a mi incesante
buena fortuna.
Cultiva
la pobreza como una hierba de jardín, como la salvia.
Con
riqueza superflua no se puede comprar sino cosas superfluas.
No hace falta dinero para cosa alguna necesaria para el alma.
El
orden social de las cosas debería invertirse en cierto modo: el
séptimo debería ser el día de labor en que el hombre se gane el
pan con el sudor de su frente; los otros seis, su descanso dominical
para el alma y los sentidos, para poder recorrer este amplio jardín
y beber de los sutiles influjos y las sublimes revelaciones de la
naturaleza
Los
hombres son como son por falta de confianza y de espíritu
emprendedor, por pasarse la vida vendiendo y comprando como
siervos. Deja que retumbe el trueno. Que el ganarte la vida no sea tu
ocupación, sino tu deporte. Goza de la tierra, pero no la poseas.
Ahora
o nunca! Debes vivir en el presente, lanzarte con cada ola, encontrar
en cada instante tu propia eternidad.